viernes, 17 de febrero de 2023

AL FIN Y AL CABO, PENSÉ, EL MUNDO ES TAL COMO NOSOTROS LO HACEMOS

No hay dos personas iguales, tampoco tan diferentes... ¿o sí? Lo cierto es que cada uno bebe y se alimenta de distintas fuentes que van cimentando su personalidad en una u otra dirección. Fuentes a las que se acude en los momentos inciertos para asegurarse que el camino no se tuerce y la senda escogida es la correcta; una charla con una persona querida, el consejo de un amigo. Fuentes que te hacen reflexionar; una película, una canción, las noticias en el telediario, la acción de terceras personas, una lectura...

Una de esas fuentes a las que me gusta acudir cada domingo, al calor y aroma del café de la mañana en el Manducka, es la lectura de la columna semanal de Pérez Reverte. Fuente inagotable de reflexión que nunca deja indiferente.

En el artículo del 1 de enero, el cual podéis leer pinchando en la imagen de arriba y que muy acertadamente titula, por el contexto y la situación reproducida, "La sombra de las Hienas" (hienas va en mayúscula porque merecido lo tienen los "malvados" protagonistas del artículo) relata la diferente manera de actuar de unas "personas" y otras personas ante la misma situación; con indiferencia, incomprensión y falta de humanidad o, comprensión, sentido de la responsabilidad y empatía. Supongo que las fuentes de las que han bebido unos y otros no son las mismas...

"Es curioso cómo, en un mismo lugar y al mismo tiempo, puede observarse lo peor y lo mejor de la condición humana. Eso, a poco que nos fijemos, sucede en todas partes... Me ocurrió el otro día. Estaba viendo con los hijos de unos amigos El rey león en el teatro Lope de Vega de Madrid, y en la fila de delante había una chica joven de edad extrañamente indefinida, entre los dieciséis y los veintipocos años. Había algo en ella, que llamaba la atención... La chica estaba pendiente de las escenas de una manera ávida, con extrema atención, como si lo que allí ocurría no fuese un relato imaginado sino algo en lo que se sentía implicada. Como si ella misma estuviese ahí arriba... Me fijé mejor. No soy experto en analizar conductas, pero me pareció la suya una inusual emotividad. Casi infantil, todo el rato. Términos como autismo, asperger o alguna clase de percepción del entorno diferente a la habitual me pasaron por la cabeza... En las escenas más tenebrosas de la obra, cuando el malvado Scar hace de las suyas o cuando las sombras y siluetas de las hienas entenebrecen el escenario, ella se sobresaltaba y gemía «no, no, no» como si estuvieran a punto de arrancarle la vida. Sufría visiblemente, angustiada, y a veces se volvía hacia sus acompañantes –un hombre y una mujer de cabello gris, seguramente sus abuelos– como para refugiarse en ellos... En otras ocasiones, sin embargo, en las escenas felices o cómicas protagonizadas por Rafiki, Timón y Pumba, la chica se relajaba, desenvuelta, satisfecha. Reía y miraba alrededor como si invitase a cuantos la rodeábamos a compartir la felicidad que sentía... 
Lamentablemente, la mayor parte de quienes ocupaban las butacas contiguas lo sentían de otra manera. Menudeaban los «chist, chist», los «vale ya» y los «a ver si nos callamos de una vez». Algunos eran desagradables; hostiles, incluso...
Había una excepción notable, encantadora. En mi fila de butacas, a mi derecha, una joven atractiva y un muchacho alto y bien parecido, sentados juntos, sonreían amables cuando oían reír a la chica extraña, y dirigían miradas reprobadoras a los gruñones aguafiestas que se quejaban de ella. Y al acabar la función, la joven que había estado sentada a mi lado, puesta en pie e inclinada sobre los respaldos de las butacas, se acercó a la chica, diciéndole: «Es una obra estupenda, ¿verdad?… También a mí me ha gustado mucho». Y la abuela, que al verla dirigirse a su nieta se había puesto en guardia, temiendo tal vez alguna impertinencia, se quedó sorprendida y quieta, mirándola fijamente. Y después, poniéndole una mano sobre el brazo, murmuró un «gracias» emocionado.
Salí de aquel teatro con una sonrisa que aún no se desvanece del todo. Al fin y al cabo, pensé, el mundo es tal como nosotros lo hacemos"

Bueno, quizás ya no haga falta que pinchéis en la imagen para leer el artículo en su totalidad, pero es que necesitaba poner bien en contexto la naturaleza del mismo. Llevándolo a mi terreno, porque como dice Pérez Reverte, lo peor y lo mejor de la condición humana, a poco que nos fijemos, sucede en todas partes, me ocurrió hace unos días. 

Los que montamos en bicicleta, a la vista de los acontecimientos, cada vez buscamos, incluso con ahínco, carreteras secundarias, lo más secundarias posibles, no necesariamente en muy buen estado, el justo para poder transitar con seguridad por el asfalto y alejados de los coches. La gran mayoría son excelentes, prudentes y sensibles conductores, sabedores de la fragilidad del ciclista. Pero otros son demasiado temerarios en el mejor de los casos y, en el peor, ni tan siquiera les importa cerciorarse de la distancia que guardan al adelantar o al pararse súbitamente, al abrir la puerta, al girar sin poner el intermitente... sí, ciclistas de esos de los que hay que dar de comer aparte también los hay, lo reconozco porque también yo soy conductor además de ciclista.


Fuente: Facebook Iván Raña

En una de esas carreteras tan secundarias, de hecho ni siquiera es carretera, tan solo un camino pobremente asfaltado que con el paso del tiempo empeora y que comunica varios núcleos también llamados aldeas, me encuentro a menudo con aldeanos residentes, bastante mayores ya, que salen a dar ese paseo diario revitalizante al sol del invierno o de la sombra en verano. Como yo, huyen de todo aquello que pueda alterar su lento caminar, en muchas ocasiones acompañados de sus inseparables bastones, muletas o esos palos que un día encontraste en el camino y ya nunca más abandonas, en un primer momento por llevar algo en la mano y, con el tiempo y los achaques, porque si no lo llevas te abandonas sentado en casa. "Jarabe de palo" le llamo yo. No caduca, no le metes porquería al cuerpo en forma de pastillas y funciona de maravilla. A lo que iba, yo en bicicleta y me encuentro con 3 paisanos paseando y, como a mí me gusta decir, arreglando el mundo en buena compañía. En ese momento, aprietas la maneta del freno y pones la velocidad de crucero en pause, que de todos modos ya no era muy elevada porque iba en impass entre grupos de series como dice Jaime, jejeje. Lo que Jaime no sabe es que yo, ahora, voy en impass desde que salgo hasta que vuelvo a casa, ya no sé lo que son las series, disfruto de otro modo porque no me queda otra... la edad es lo que tiene. Pero le voy pillando y seguro que me animo otro día. Guante echado eh! El caso es que bajas la velocidad del todo y sueltas un "hola, buenas" para no asustar al personal. Sin meterles prisa, que esas son las mejores salidas en bici y los mejores paseos, aquellas en las que no hay prisa por volver, esperas a que te abran paso, pues cuando van caminando ocupan todo el ancho del camino que tampoco es demasiado. Cuando avanzas sueltas un ¡¡gracias!! y, el otro día me las dieron a mí por avisar que llegaba. Amigos, no se merecen, es mi obligación y mi responsabilidad para con vosotros que estáis disfrutando como yo del mismo espacio natural y precioso una tarde o mañana cualquiera. Ponemos en play la velocidad de crucero de nuevo pensando que, si me han dado las gracias por algo tan sencillo, es que quizás no es tan corriente y algún susto se habrán llevado. Que pena.

"Al fin y al cabo, pensé, el mundo es tal como nosotros lo hacemos" Con estas palabras, las mismas que ponen título a la entrada de hoy, finaliza Peréz Reverte su artículo. Joder! Hagámoslo mejor!!!


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